…En
uno de los quioscos del parque un nutrido grupo de personas está practicando tai chi. Dejamos los macutos en el suelo y observamos la lentísima danza, los
rostros relajados y concentrados a un tiempo, esos desplazamientos que realizan
sin alejarse de sí mismos, del propio centro, ajenos al mundo, a la lluvia, al
olor a gasoil, al gris de la ciudad; ese cuerpo múltiple en que, evitando toda
marcialidad por mucho que el tai chi sea un arte de defensa personal, cada
miembro parece ejecutar los movimientos no por voluntad propia sino en virtud
de misteriosos e invisibles mensajes que atraviesan el conjunto en suaves
oleadas. El cansancio del viaje y la imagen algo opresiva de la ciudad bajo la
lluvia van cediendo el paso en mí a una calma carente de deseos y urgencias.
Voy a echar de menos la visión de esos hombres y mujeres realizando al amanecer
ejercicios en que no se ve esfuerzo, ni competición, ni la obstinada saña con
que muchos deportistas mortifican su cuerpo en busca de una difusa perfección;
si por algo se intuye la disciplina y el duro aprendizaje es, precisamente, porque la
complicada pero armónica sucesión de movimientos parece tan natural como
necesaria.
-José Ovejero / "China
para hipocondríacos"
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