Aquí parece que
encarcelar dos años a un catalán es una coñita como cuando a Gerard Piqué lo
expulsan de un partido de fútbol injustamente. Cuando te encarcelan no te
expulsan de la política o de la sociedad. Te expulsan de la vida. Te matan dos,
tres, cinco años. Que luego, supongo, se multiplican en tu cabeza, incluso
cuando ya eres libre, cuando ya has ganado tus interminables recursos (si
tienes pasta para pagarlos). Te matan, en el fondo, para siempre. Y, aparte, en
ese tiempo, han matado también a tu familia.
Un error tan soez como
el que ha tenido el Tribunal Supremo debería acarrear consecuencias inmediatas
sobre esos togados hooligans que ni siquiera tuvieron la decencia de leerse la
ley, que hubiera impedido la encarcelación provisional de Junqueras y los demás
procesados con aforamiento, con la que, además de joderles la vida, les
restaron parte de su derecho a la defensa (no es lo mismo defenderse desde el
trullo que desde fuera: preguntadle a Bárcenas o a Urdangarín o a las manadas
tanto civiles –violadoras de mujeres– como religiosas –violadoras de niños–,
que no fueron enchironados con celeridad tan democrática).
El Tribunal Supremo
redactó la cancelación de los derechos fundamentales de Junqueras con B de
Bendetta, sin importarle la falta de ortografía. Como, antes, el Partido
Popular recurrió ante los tribunales artículos del Estatut catalán que ya
estaban aprobados en el andaluz. Y en esa hijoputez de las huestes de Rajoy es
donde nace este conflicto.
-Aníbal Malbar en
PÚBLICO
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