"Nueva York es el hábitat perfecto para almas
solitarias y así es como uno se siente la mayor parte del tiempo. Es una
experiencia que jamás padecerá el turista, aunque en algún momento esté
capacitado para imaginarlo. Todo se confabula para que la relación con los
otros sea corta y fugaz: hay demasiada movilidad en la población, los negocios
aguantan poco en el mismo sitio, los dependientes o los camareros duran poco
tras los mostradores, la gente se concentra en su ir y venir, camina rápido,
bufa al que va lento y, para colmo, la soledad no está mal vista.
En el libro “La ciudad solitaria. Aventuras en el
arte de estar solo”, la escritora inglesa Olivia Laing cuenta con valentía y
desgarro cómo experimentó el mordisco rabioso de la soledad cuando se vio, hace
diez años, viviendo en Nueva York tras una ruptura amorosa: “¿Qué se siente al
estar solo? Es una sensación parecida al hambre: como pasar hambre mientras
alrededor todo el mundo se prepara un banquete”.
(…) El caso del pintor Hopper es paradigmático
porque Laing esboza la teoría de que no pretendía convertirse en el artista de
la soledad, como así ha quedado señalado en la historia de la pintura, sino que
sus imágenes eran la expresión exacta de un carácter huidizo, huraño, poco
comunicativo, uno de tantos hombres burbuja que pasean la ciudad sin rozarse
con los otros".
- Elvira Lindo en EL PAÍS
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