Tengo
la higiénica costumbre de encender ese sumidero cada vez mas abyecto llamado
televisión (siempre fue un subgénero, podría sentir nostalgia de sensaciones de
antaño muy raras, pero jamás de lo que he visto y oído durante toda mi vida en
ese aparato que forma parte trascendental en la vida de la gente, de esa
ventana para mirar el mundo en definición de los cursis ancestrales y de las
asquerosas frase hechas) para escasas cosas, jamás para llenar el silencio, la
soledad o el vacío: lo hago exclusivamente para ver algunos partidos de fútbol,
para que me informen o me desinformen de las noticias del mundo (los
telediarios nunca fueron tan tontos, tan sensacionalistas, tan fraternales con
el tono abyecto de cadenas privadas o públicas) y porque necesito esa puta
pantalla para disfrutar cotidianamente de mis películas y mis series en DVD o
en Blu-Ray, uno de los escasos refugios de los solitarios obligados o
vocacionales para no volverse locos, para resistir hasta el día siguiente.
Pero
si cometes ese gesto hastiado de despertar al bicho te puedes encontrar a
Cospedal, a esa dama tan controlada y tan sexi, repitiendo obsesivamente
durante tres veces que el felón que administraba los dineros de la casa común
solo representa algo particular, particular, particular... Y hasta el más corto
se siente listo con esa gilipollez intentando eludir responsabilidades
conjuntas, la seguridad de que le pringue era generalizado.
Y
también veo cada vez que enciendo esa cosa a políticos, empresarios,
sindicalistas (qué grima me dan los presuntos defensores del pueblo, los que
jamás se verán amenazados en los ERE, o se largarían con el triple de pasta que
le corresponde al fraternal vecino), tertulianos, que repiten hasta la náusea
lo jodidos que están por lo mal que lo está pasando tanta gente.
Me
distraigo de la hipocondría constatando que también he cobrado este mes y si la
gente que quiero todavía no se siente acorralada. Y entiendo que los
desesperados maldigan y roben. Soy populista y antisistema. No he votado nunca
y me siento bien. “La contradicción será mi epitafio” juraba Pete Sinfield. Así
le ha ido.
-Carlos
Boyero
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