El
ciego sol se estrella
en
las duras aristas de las armas,
llaga
de luz los petos y espaldares
y
flamea en las puntas de las lanzas.
El
ciego sol, la sed y la fatiga.
Por
la terrible estepa castellana,
el
destierro, con doce de los suyos
-polvo,
sudor y hierro- , el Cid cabalga.
Cerrado
está el mesón a piedra y lodo.
Nadie
responde. Al pomo de la espada
y
al cuento de las picas el postigo
va
a ceder... ¡Quema el sol, el aire abrasa!
A
los terribles golpes,
de
eco ronco, una voz pura, de plata
y
de cristal responde... Hay una niña
muy
débil y muy blanca
en
el umbral. Es toda
ojos
azules y en los ojos lágrimas.
Oro
pálido nimba
su
carita curiosa y asustada.
“¡Buen
Cid, pasad...! El rey nos dará muerte,
arruinará
la casa,
y
sembrará de sal el pobre campo
que
mi padre trabaja...
Idos.
El cielo os colme de venturas...
¡En
nuestro mal, oh Cid no ganáis nada!”
Calla
la niña y llora sin gemido...
Un
sollozo infantil cruza la escuadra
de
feroces guerreros,
y
una voz inflexible grita “¡En marcha!”
El
ciego sol, la sed y la fatiga.
Por
la terrible estepa castellana,
al
desierto, con doce de los suyos
-polvo,
sudor y hierro-, el Cid cabalga.
Manuel
Machado (1874-1947)
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