Al terminar la enseñanza diaria en la academia de artes
marciales todos los alumnos fueron saliendo ordenadamente y en silencio quedándose
en la sala el maestro Lü, el joven Hato y yo, que en mi condición de monje taoista
era aceptado con plena confianza. Entonces, el anciano Lü se dirigió a su
recién titulado ayudante diciéndole: “¿Me vas a contar ahora lo que te
preocupa?” El profesor auxiliar de primer nivel Hato lo miró boquiabierto pero
en seguida tomó conciencia de que su agitación interior no había pasado
desapercibida para su guía. Sin atreverse a levantar la vista preguntó:
“Perdón maestro porque el tema es tan insignificante que
me avergüenza comentarlo, pero me llega a producir un cierto sufrimiento ¿por
qué me atraen tanto las mujeres? –dijo parpadeando profusamente-. Por más
meditación que hago y más duchas frías que me doy siempre sale a flote el deseo
sexual y pienso que nadie lo siente con la misma intensidad, casi dolorosa, que
yo. ¿Tiene remedio mi caso?”.
El viejo Lü me miró con una sonrisa en el fondo de sus
ojos que pasó desapercibida para su ágil pupilo. Entonces dijo:
“Los que estamos aquí existimos porque en su momento dos
personas pusieron sus cuerpos al servicio de un instinto básico como es el sexo
y obedeciéndolo se reprodujeron, dando así continuidad a la especie humana.
Dicho esto tengamos en cuenta que lo que no te mata te
hace más fuerte y, que yo sepa, nadie ha muerto de ganas de mujer. Lo que quiero
decir es que fortalecer nuestra voluntad en este terreno es otro de nuestros
campos de batalla como artistas marciales, obligados por la propia vocación a
aceptar cualquier reto que implique una mejora en la formación como persona íntegra”....
(continua + abajo)
-S.P.
------------------------------------
No hay comentarios:
Publicar un comentario