Desconozco, al menos
con la certeza que otorga una resolución judicial o médica, si nuestro amado
Felipe, rey de España por la gracia del genocidio, repudia la variante fascista
de la Península Ibérica, también conocida como franquismo. Lo ignoro porque muy
probablemente soy un zote, no lo niego, pero también pudiera ser que algo haya
contribuido el hecho de no haber pronunciado Su Santidad, el rey de la
Victoriosa España, ni una sola palabra de repulsa contra ese fascismo de estilo
cochambre que nos ha convertido en el segundo país con más desaparecidos tras
Camboya.
En otras ocasiones, no
ha sido complejo encontrarle secundando a los que apalearon a los catalanes con
motivo tan contrario a las esencias de la democracia como es un referéndum. A
los mamporros caídos sobre mujeres y hombres, ancianos y ancianas, niñas y
niños, respondió con un discurso público que solo la historia sabrá juzgar en
su justa medida, pero que desde la insignificancia de la ciudadanía pareciera
como si le desagradara haber tenido que explicar lo que todos deberían dar por
hecho a estas alturas: al que pretende trocear su herencia, estacazo en la
cabeza. Como Dios manda y como Franco enseñó.
Ello supone una
conducta inaceptable para un jefe de Estado y Fuerzas Armadas de un país
europeo, un pésimo ejemplo a la ciudadanía y una invitación a los franquistas a
aficionarse a las peripecias. Pero ¿quién puede asegurar que alguien que jamás
ha condenado el franquismo, reina gracias al franquismo y ha estado y está
acompañado de franquistas no goza también de la misma condición?
-Luis Gonzalo Segura, exteniente del Ejército
de Tierra
(Artículo completo aquí)
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