“A G.S. no parecen preocuparle los precipicios,
aunque si se enganchara en una piedra el telescopio que lleva atravesado sobre el
morral podría quedar desequilibrado y caer al vacío; yo apenas soy capaz de
mirar, pero estoy poniéndome en forma: camino más deprisa, tropieza menos,
tengo mayor resistencia en piernas y pulmones, mantengo el centro de gravedad
en lo profundo del vientre y dejo que ese centro “vea”. En esos momentos me libro
por completo del vértigo, incluso en sitios peligrosos; mis pies se dirigen con
naturalidad a apoyos seguros y corro. A veces, sin embargo, pierdo por espacio de
un día o más esta compenetración con las cosas, mi respiración se sitúa en lo
alto del pecho y entonces me agarro al borde de la escarpadura temiendo por mi vida.
Y, por supuesto, es ese agarrarse, esa rigidez del pánico, lo que mata a la
gente: “aferrarse” en egipcio antiguo, o “aferrarse a la montaña”, en asirio,
eran eufemismos que significaban “morir”.
- Peter Matthiessen “El leopardo de las nieves” Ed.
Siruela.
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