El silencio es un bien
cada vez más escaso y cada vez menos valorado en nuestro país, donde hay una
permisividad absoluta con todo tipo de ruidos, de tal forma que a veces resulta
casi imposible encontrar una isla de tranquilidad incluso por la noche. Quienes
tienen vecinos desaprensivos, o viven en zonas de marcha, poco pueden hacer
para que la ley los proteja, y cuando finalmente les protege, si ocurre, ha
pasado tanto tiempo que tienen los nervios destrozados. Al respecto, dice Alain
Corbin: “El silencio es la íntima fuente de la que mana el lenguaje, e impregna
nuestros espacios más privados y sagrados, del dormitorio a la catedral”. Pues
bien, hoy el ruido lo mancilla todo, incluidos lugares como iglesias,
bibliotecas, museos, salas de conciertos, jardines, cines... Lo cual, a mi
entender, es una absoluta desgracia.
-Enrique Angulo Moya.
Burgos
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