“El joven Ted jamás,
ni siquiera en sus fantasías más descabelladas, se había permitido creer que
sus enamoramientos pudieran ser correspondidos. No era estúpido. Podía ser
muchas cosas, pero estúpido nunca había sido. Los único que siempre había
querido era que tolerasen su amor, tal vez incluso que lo apreciasen: quería
que se le permitiera estar cerca de sus amores, poder reverenciarlos,
encontrarse con ellas de vez en cuando como quien no quiere la cosa, de la
misma manera que una abeja puede rozar una flor”.
-Kristen Roupenian
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