“Nunca supe bien si odiar o amar a los hombres. Los
amaba por sus pantorrillas, la pieza más sexy de sus cuerpos. Por la pelambre
que recubría su piel, por sus manos que estrujaban mis tetas, por su fuerza y
el modo de poseer todo mi pensamiento con una caricia distraída.
Los odiaba por el alcance de su imaginación, pobre
y opaca. Siempre fueron de mezquina entrega y fácil huida. Tiraban a la basura
mi soledad barata y marginal, mi entrega de animal sin dueño y se iban con un
gesto de abandono, dejándome morir de tristeza.
Y yo siempre deshojando flores envenenadas, me
desea no me desea, con la dignidad por los suelos amando sus piernas de
cazadores y sus miradas sombrías, su despreocupada belleza de animal de monte.
Y mi vientre cantaba de júbilo si me dedicaban una ojeada y la saliva se me
endulzaba tan solo por tenerlos cerca.
A esta edad, ni el amor ni el odio les reservo a
esos protomachos. Ni deseo ni pasiones para los centauros de frágil
testosterona. Siempre malhumorados, apostatas de la comunicación, con esos
regalos resquebrajados que traen como ofrendas a nuestros pies, igual que un
gato obsequia una rata muerta a su dueña.
No es que esta distancia sea irreconciliable, pero
conozco a los hombres. Yo misma era uno de ellos”.
-Camila Sosa Villada / “La novia de Sandro” (fragmentos)
(en la imagen)
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