“Cubiertas las
necesidades básicas de alimento y bebida, el sistema reserva sus recompensas
más dulces e intensas, su vértigo extático, para el sexo y su momento de goce
absoluto. El deseo sexual arde aún con más fuerza que nuestro apetito de comida
o bebida, a no ser, por supuesto, que nos estemos muriendo de hambre o sed.
La satisfacción sexual
no se parece a ninguna otra experiencia de la vida diaria. Los símiles y las
metáforas son inútiles. John Updike propuso que ese exquisito momento sensual
era como entrar en un hiperespacio mental en el que todo sentido del tiempo, el
espacio y la identidad personal se disuelven. Comparado con las horas que
dedicamos a trabajar, viajar o dormir, ese momento mágico es lastimosamente
breve, aún más para los hombres que para las mujeres. Si tuviésemos el don de
hacerlo durar cuanto quisiésemos, si pudiésemos permanecer en esa cumbre del
éxtasis días enteros, poco más haríamos. En ello reside la perdición del
drogadicto, que sacrifica el alimento y la bebida, a sus hijos y toda su
dignidad por la siguiente dosis.
El momento no solo es
breve, sino que cuando el deseo se ha satisfecho, no tarda en volver, en una
repetición sin fin como la noche y el día. O, justamente, como el hambre y la
sed. Inmensos trechos de nuestra vida se organizan en torno al regreso, una y
otra vez, a ese breve atisbo del paraíso terrenal. O bien tenemos que apartar
los pensamientos tentadores y hacer todo lo posible por ignorarlos mientras nos
entregamos a nuestros deberes y ambiciones. Así sucede sobre todo en el caso de
los adultos jóvenes. Y ahora que hemos aprendido los trucos para separar el
sexo de la procreación, toda nuestra cultura está pautada por esa reiteración
constante”.
-Ian McEwan en Babelia
-----------------------------------------------------