Una farmacia de Madrid aparece periódicamente en
las redes sociales por un hecho insólito: su dueño se niega a vender productos
homeopáticos porque “no es una terapia con estudios científicos que avalen sus
resultados”, a pesar de que, dado el elevado precio de las pildoritas —“en su casi
totalidad, agua o azúcar sin ningún componente activo”, como bien dice este
profesional—, debería dejarle un amplio beneficio.
La postura de este farmacéutico contrasta con la de
la inmensa mayoría de sus colegas, dispuestos a vender casi lo que sea, y mejor
si es en exclusiva (cremas que hacen aflorar los abdominales, purés infantiles,
adelgazantes milagrosos), bien porque de verdad crean en su utilidad, bien por
algo mucho más prosaico: para hacer negocio. Esa imagen de tenderos
indiscriminados no beneficia al sector, que se aferra a defender su papel
sanitario a la vez que comercia con sustancias que son, en el mejor de los
casos, inocuas. Y siempre caras.
Pese a la [falta de] evidencia, la homeopatía es
cómoda para algunos médicos. Unos, porque de verdad se lo creen —lo cual es
preocupante en unos profesionales de una disciplina científica—. Otros, porque
se quitan de encima al paciente a costa de recetar algo que no les puede dañar
(salvo que se sea diabético y se abuse de las bolitas de azúcar, claro). Solo
eso explica el éxito de estos preparados entre algunos pediatras: calman a la
madre y al padre que no estarán tranquilos hasta darle algo al niño enfermo, y
dejan pasar tiempo para que la dolencia que tiene pase sola, que es lo que
suele ocurrir.
-Emilio de Benito en EL PAÍS
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