Hace tres o cuatro
años que terminó la guerra civil desencadenada por el matarife golpista Franco.
María Álvarez va con su hermana tras hacer alguna compra en Setenil
de las Bodegas, provincia de Málaga, camino de la Venta de la Leche, un
latifundio donde en ese momento trabajaban sus padres. Él recién salido del
campo de concentración de Albatera donde estuvo internado por defender la
República.
A la salida del pueblo
está el cuartel de la guardia civil. Cuando la joven María pasa por delante oye
unos golpes secos en el interior y mira. Hay una escalera central que sube a la
planta superior. A ambos lados unos pasillos jalonados por puertas cerradas.
Sólo la primera de la izquierda está abierta. Dentro puede ver, apoyado en una
mesa de despacho y con la mirada al frente, a un hombre de pantalones
remendados que está recibiendo correazos en la espalda restallantes como
crujidos de leña seca. Un guardia civil en mangas de camisa está empleado en la tarea. María, en ese momento una cría analfabeta, aprieta el paso
despavorida. Nunca supo el delito que había cometido aquel desgraciado ni
quién era el que se tomaba la justicia por su mano amparado en el
odiado y temido uniforme verde.
Hoy, ochenta años
después, todavía oye aquel sonido seco y siniestro que quedó grabado en su aniñado
corazón.
-S.P.
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