Si no vuelvo a tener el don precioso de tu peso,
si tu nuca no vuelve a quebrarse bajo el yugo
de una caricia mía, ni tus rodillas vuelven
a apresarme las sombras; si no vuelves
a torturarme con tus despaciosos
prodigios de la carne y el deseo,
mira,
ya no me importa:
puedo rehacerte toda, componerte,
rescatarte en las horas devoradas;
puedo vivir de lo que te he robado,
de la renta de amor que te dejaste
olvidada en mi lecho,
como una triste cáscara.
-J. Parra
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