Cuando dos maestros de ajedrez juegan, la audiencia es solemne. Todos entienden qué está en juego. Todos entienden que a los maestros se les debe permitir completo silencio y total concentración. Pero cuando se trata de la actitud de las personas respecto de la meditación, asumen que las calles ruidosas, los compañeros desconsiderados, los olores no deseados y las habitaciones sucias no tienen impacto. Después de todo, ¿no es la meditación sólo una actividad mental tendente a divorciarnos de las realidades del entorno?
Si fuera así, no habría salas de meditación. Si
fuera así, no habría lugares de retiro. Si fuera así, la gente no buscaría el
silencio de jardines secretos. La meditación no es una actividad suplementaria.
No es mera relajación y reducción del estrés. Es la forma de centrar la
atención en la propia humanidad. Si queremos tener éxito en la meditación,
debemos actuar en el escenario correcto. Necesitamos lugares donde el aire sea
fresco, la naturaleza esté cerca y donde podamos permanecer sin ser molestados.
Entonces podremos deslizarnos en la serenidad. Si podemos entender la necesidad
de concentración ininterrumpida de los maestros de ajedrez, también podemos
entender la precisa atención que debemos traer a nuestra meditación.
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