Durante la semana santa y con la esperanza de
aliviar el tedio y la depresión, confieso que enhoramala recurrí a dosis
generosas de alcohol, y que esa decisión etílica tuvo la culpa de la pesadilla
que ha cambiado para siempre mi vida. Se mezclan en Sevilla procesiones, fallas
y sanfermines, en mi inconsciente dipsómano se cocinó una buena empanada
onírica. En mi sueño asistía a una multitudinaria procesión en el barrio de
Triana, en una madrugá cargada de eléctrica emoción popular. Sin embargo, sobre
el barroco paso coronado por un palio de malla bordada en oro, que se
balanceaba rítmicamente sobre los pescuezos de invisibles costaleros, no
viajaba la imagen de ninguna virgen conocida, sino una de la mismísima Rita
Barberá en plan Urmutter o madre primordial jungiana, es decir, tal y como
quedó representada en la venus de Willendorf (circa 25.000 a. JC). Un ejército
de 2000 nazarenos ataviados con batas azul cielo y capirotes adornados con la
gaviota (o charrán) del PP, la acompañaba en un ominoso silencio que, en un
momento dado, rompió una desgarradora saeta de cuatro versos octosílabos
interpretada al unísono (otra incongruencia onírica) por la señora de Cospedal
y el señor Arenas desde sendos balcones contiguos; de su doliente letra sólo
pude captar la palabra "aforamiento", aunque quizás lo que oí fuera
"procesamiento" o "yo no miento".
-Manuel Rodríguez Rivero /EL PAÍS
-------------------------------------------------
No hay comentarios:
Publicar un comentario