“Fue una partida cargada de presagios ominosos, como la inquietante
calma que precede a una tormenta. Por las aguas verdosas del puerto, cuando caía
la tarde, largo, oscuro y poderoso, avanzando al principio con lenta gravedad,
una ola de espuma en la proa, acelerando después casi en silencio mientras
pasaban las siluetas de las grandes grúas en los muelles, la orilla oculta por
la neblina de atardecer, el Yamato se
hizo a la mar dejando un rastro de blancos remolinos.
Tres mil hombres y un vicealmirante iban a bordo. Todos sabían
que el barco iba a inmolarse como símbolo de una voluntad imperecedera, la de
una nación que jamás se rendiría”.
-James Salter
(El acorazado Yamato en la imagen)
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