Si
estás en posición de enseñar a otros, deberías enseñar sin reservas. ¿Qué
necesidad hay de retener información? Podrías contar el secreto de la vida más
de diez veces, y seguiría estando seguro. Después de todo, el secreto es sabido
sólo cuando la gente lo hace realidad en sus propias vidas, no cuando
simplemente lo oyen.
En
el pasado, los maestros eran egoístas. Habían aprendido sólo con extrema
dificultad, y a su vez se lo hacían difícil a otros. Además, tenían miedo de
ser superados por sus alumnos, por lo que siempre retenían alguna clave. Qué
actitud tan tonta! ¿Cómo puede un alumno siquiera desafiar al maestro, a menos
que ese maestro deje que sus habilidades declinen? Deberías enseñar
desapasionadamente y sin guardarte nada.
Cuando
cultivas el poder interior, comienza a acumularse en tu interior. Pero hay algo
extraño. No puedes retenerlo por siempre. Si tratas de hacerlo, la energía
espiritual te destruirá. Pero si la usas prudentemente –para sanar a otros,
para enseñar a otros, para confortar a otros- entonces la energía se recargará
más y más intensamente, como un pozo que se rellena a sí mismo. Mientras más
das, más recibes a cambio. Mientras más desinteresado eres, mayores los propios beneficios.
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