Vivimos
tiempos interesantes, en el sentido de la maldición china. Cosas que creíamos
garantizadas están desapareciendo. El gran proyecto europeo del siglo XX podría
descarrilar en cualquier momento, llevándose por delante el mundo que hemos conocido.
La aparente falta de alternativas ofrece un terrario confortable a los huevos
de la serpiente: quizá a la vuelta de la esquina nos espere un populismo
irracional, ansioso por escarmentar a unas élites que no solo han fracasado,
sino que se regodean en su fracaso (e incluyo entre esas élites al periodismo
establecido del que formo parte) y exigen no ser molestadas.
Por
supuesto, hay optimistas. Hay gente tranquila, convencida de que basta con
reprimir las manifestaciones y esperar a que algún día lo arregle todo Rosa
Díez. O Toni Cantó. O incluso Mariano Rajoy. O los tres juntos.
Yo
me declaro pesimista. Creo que conviene respetar las protestas callejeras, creo
que hace falta sustituir una ley hipotecaria parcial y abstrusa, creo que hay
que dar un tajo a los gastos de los partidos, creo que hay que regular los
mercados, creo que la Unión Europea debe ser más europea y menos alemana, creo
que hay que acometer una reestructuración de las deudas públicas antes de que
las deudas públicas nos reestructuren a nosotros.
Soy
muy, muy pesimista.
-Enric Gonzalez (Todo el artículo aquí)
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