lunes, 25 de junio de 2007

ANDANDO


Al principio de la búsqueda, el encuentro con un maestro es más inevitable que imprescindible. A menos que estés en contacto con alguien que haya salido de la ignorancia, es imposible que llegues a destino. Los obstáculos son millones y muchas son las puertas falsas, infinitas las tentaciones, muy alta la probabilidad de extraviarse.
Sin la compañía de alguien que conozca el camino, que haya viajado por él, que lo haya recorrido hasta el final, sin ponerte en manos de alguien en quien confíes, al que te puedas entregar, honesta y totalmente, acabarás extraviándote.
Aprender de un hombre de conocimiento es fácil. Puede dar a su alumno todo lo que sabe, puede transmitirlo en forma simple, para él el lenguaje es un vehículo suficiente. Un hombre de conocimiento es un profesor, y si camina hacia la sabiduría es también un maestro.
Un hombre sabio rara vez es un buen profesor.
El sabio, si bien nos muestra la verdad todo el tiempo, descarta la idea de enseñarla.
Es más fácil que la gran multitud siga a un falso maestro que a uno auténtico. El conocedor, detrás de su palabra, tendrá sólo a la escasa gente que sea capaz de entenderlo y, cuando se vuelva sabio, quizá no lo comprenda nadie.
Pero el maestro nunca tiene como misión alegrar la vida de nadie. La actitud en extremo honesta y espontánea del maestro verdadero suscita muchas veces sospechas entre aquellos para quienes la simulación ha llegado a ser una segunda naturaleza. Ante este ser transparente y sin dobleces, piensan: « ¿Qué pretende éste? ¿Qué querrá?» Sencillamente, no pueden entender que no pretenda nada, que no tenga secretos ni estrategias.
El comportamiento simple y directo es tan poco habitual que cualquier persona honesta puede parecer muy poco fiable a quienes han hecho del disimulo y de la especulación una actitud cotidiana y por lo tanto esperable.
La franqueza es con frecuencia irritante para aquellos que ven en el maestro el espejo que les muestra necesariamente su propia distorsión, su verdadera deformidad.
Ser auténtico y directo nos lleva algunas veces a ser malinterpretados, y otras muchas a resultar previsiblemente molestos.


(De un artículo de J. Bucay)



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