domingo, 25 de febrero de 2007

EL ARTE NOBILÍSIMO DE LA ENSEÑANZA





Durante una entrevista que realicé a Luis Molera, quise saber su opinión sobre la figura del maestro, debido a que él mismo recibe clases hace muchos años de un reconocido especialista chino que vive en Nueva York. En su respuesta, diferenciaba el significado que se da en Oriente y el que nosotros tenemos.

Deduzco que allá se le adjudica el titulo a la persona que dosifica e imparte el conocimiento, pero también a quien está en consonancia con aquello que enseña. En cambio aquí, conozco a quien se considera lista/o para enseñar y pontificar si en un curso de fin de semana ha logrado nota, y si además se tiene cierto gracejo en la ejecución de los movimientos pues ya se está preparado/a para juzgar a los demás llamándoles impostores y cobrar por todo menos por reírse.
Los hay que incluyen en su currículum viajes a Oriente de donde se trajeron un trozo de nirvana para su propio consumo, guardando el resto celosamente en la nevera. Allí han visto lo innombrable con el rictus bobalicón del paleto constantemente alucinado, beatificando de inmediato cuanto oye, siempre que quien lo diga tenga los ojos achinados.

Han transcurrido casi treinta años desde que empecé mi entrenamiento en artes marciales y todos los días tengo que sortear y vencer la pertinaz creencia de que no sé nada. Todos los días también, añoro aquel aprendizaje cotidiano y lento con mi maestro, asistiendo durante años y años a sus clases, dejándome empapar por su paciente instrucción.

Recuerdo que nada más presentarme ante mi sereno Profesor me invitó a entrenar en su Dojo. Por entonces yo cumplía el servicio militar, así que le di las gracias y le dije que en ese momento no podía permitírmelo. Con el altruismo propio de los iluminados me contestó que me ofrecía su Gimnasio, no me invitaba a ningún trueque monetario. Él debía saber, como yo sé ahora, que llegado el día en que pudiese pagarle, mi alma misma sería la primera agradecida encontrando gran descanso al hacerlo. Porque al fin y al cabo y según lo entiendo, se trata de ayudar a los demás por encima de otras consideraciones, no de rentabilizar cuanto antes los cuatro cuartos gastados en el cursito y el diploma.

Los que enseñan se olvidan a veces, en la difícil reválida de la monotonía, que en estas artes internas su actividad no es más que un proceso de perfeccionamiento con testigos. Estos testigos son los propios alumnos a los que la vida ha hecho coincidir en nuestro camino.

Y de fondo, eterna y ajena a todo éste tráfago y a toda esta teoría, la inacabable sinfonía de la Energía Universal mutando sin descanso.


Salvador Palomo - 2002







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1 comentario:

Runas dijo...

Si soy yo de nuevo, solo comentarte que me ha gustado mucho la definicion que haces de la persona que enseña,mas de uno tendria que aplicarsela.