Susana Díaz es la principal responsable de la
debacle que el domingo 2 vivió el PSOE en Andalucía y que, aparentemente, pone
punto y final a casi 40 años de hegemonía. La presidenta siempre fue un fraude,
la parodia de una socialdemocracia de juguete que creyó que nada ni nadie
podría desahuciarla del cortijo porque daba igual que el paro fuera galopante,
que el riesgo de pobreza fuera catastrófico, que la región tuviera el menor
gasto sanitario por habitante o que la educación jamás saliera del suspenso. La
culpa siempre era de otros, del subdesarrollo secular, de una oligarquía
imaginaria que, si existía, era en las propias entrañas del régimen, del
proteccionismo arancelario del siglo XIX o de Madrid, que no sólo los catalanes
iban a quejarse del rompeolas de las Españas.
A la madre de Andalucía hay que atribuirle el
mérito de conseguir que 500.000 de sus hijos se hayan dado a la fuga, que un
número indeterminado se haya quedado en casa este domingo y que otros 400.000
se hayan vuelto muy fachas y se hayan apuntado a esa delirante Reconquista de
Vox, mientras enarbolan las banderas de la islamofobia como reacción a la
incompetencia de la sultana y le cantan el “adiós Susanita, adiós”, que no es
una despedida sino un epitafio.
Díaz debería haber presentado ya la dimisión en vez
de lamentarse por el retroceso de la izquierda como si a ella, que llegó a los
comicios del brazo de Ciudadanos, le importara realmente. No lo hará porque
para ello se precisa algo de dignidad y saber hacer otra cosa más allá de decir
que es muy roja y muy decente. Así que es seguro que la veremos protagonizando
su propia reconquista, encastillada en una corte de aduladores que tienden a
dejar de serlo cuando se acaban los canapés de la fiesta.
No cesarán las excusas. ¿Cómo iba ella a prevenir y
detener la ola de la extrema derecha en su desabrigada y solitaria playa del
Palacio de San Telmo? ¿Por qué la dejó sola Pedro Sánchez pese a que fue ella
misma quien exigió que se mantuviera al margen para no compartir las mieles del
triunfo? ¿Dónde están ahora Felipe González, Guerra y los otros dinosaurios de
su casa de muñecas? ¿Cómo se le puede
hacer esto a una madre sin tener remordimientos?
-Juan Carlos Escudier en PÚBLICO
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