“Después de recordar
que la religión no brindaba ningún remedio a la frustración, Freud afirmaba que
las fuentes principales de la infelicidad del sujeto moderno radicaban en una
ausencia de ideal, que lo reducía a tres determinantes: el cuerpo biológico, el
mundo exterior y las relaciones con los otros. Enfrentado a esa infinitud y convertido
en una suerte de “dios-prótesis” (Art Prothesengott), el ser humano, para
escapar a su sufrimiento, no tenía otra opción que inventarse nuevas ilusiones
sobre la base de tres elecciones inconscientes: la neurosis (angustia,
conflicto), la intoxicación (las drogas, alcohol incluido) y la psicosis (la
locura, el narcisismo, la desmesura).
Pero había un camino
muy distinto que era igualmente posible, explicaba Freud: el acceso a la
civilización (a la cultura), la única capaz de permitir, mediante la
sublimación, la dominación de las pulsiones de destrucción (…)
A su entender, el
único camino de acceso a la sabiduría, esto es, a la más alta de las libertades,
consistía pues en una investidura de la libido en las formas más elevadas de la
creatividad: el amor (Eros), el arte, la ciencia, el saber, la capacidad de
vivir en sociedad y de comprometerse, en nombre de un ideal común, en la
búsqueda del bienestar de todos”.
- Elisabeth
Roudinesco, psicoanalista
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