martes, 9 de octubre de 2018



“El 11 de febrero de 1854 los Estados Unidos de Norteamérica, amparados en su flota de guerra, mandan establecer puertos para sus barcos e instalan un cónsul en Shimoda.
Seis años más tarde, una delegación japonesa va a ratificar con los EE UU el tratado que les es impuesto. Los embajadores están azorados ante este enérgico e impuesto Eldorado en el que a cada paso se está a punto de perder el prestigio, asombrados por las proporciones del paquebote Great Eastern y apabullados ante el tumulto de los debates en el Congreso, que en su vocerío comparan a la lonja del pescado en el gran mercado de Edo.
La presencia de sirvientes detrás de sus sillas en el primer banquete oficial les parece tan insultante –en la etiqueta de los samuráis, colocar un hombre en la espalda de un invitado es una ofensa mortal- que se consultan entre sí en japonés para saber si van a buscar sus sables al guardarropa y atravesar de una estocada a esos grandes pajarracos de librea verde y oro”.


- Nicolás Bouvier / “Crónica japonesa”








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