“No se crean que me encuentro bien, pero tampoco me
encuentro mal a menudo. He tomado bastantes drogas psicoactivas desde los
veinticinco años, por afán de conocimiento, por simple gusto o por vicio. Esto
último sólo me acontece con el tabaco, pues fumo compulsivamente desde los
quince, a veces hasta tres paquetes diarios; es una vergüenza que no consigo
evitar (…).
Bien porque estuviese investigando sus efectos
–solas o en combinación con otras- o bien porque se me calentaba la boca, he
atravesado intoxicaciones de alcohol, opiáceos, estimulantes, éter, cloroformo,
tranquilizantes, somníferos, neurolépticos y algunas otras sustancias, a veces
con vómitos, nauseas, temblores, sudor frío, neuralgia, fiebre y la sensación
de que iba a morir. Pero nunca necesité atención ajena. Para las ebriedades o
intoxicaciones siempre he procurado rotar los productos, evitando más de
algunos días seguidos con cada uno, y la formación de tolerancia.
Sólo me queda mencionar, muy a grandes rasgos, cómo
cuido la vida del cuerpo propio. Por suerte o por desgracia, nunca me he
operado de nada. La última vez que acudí a un médico –porque estaba amarillo, y
era mi segunda hepatitis- fue hace veintiséis años. No he encontrado hasta
ahora ningún mal que no remitiese con ayuno y sueño, salvo unas anginas con
fiebre alta hace un par de décadas, y unas purgaciones algo antes, que se
fueron ambas con los antibióticos recomendados por el farmacéutico.
Mis reparos a la situación actual podrían resumirse
con una tosca imagen: no sigamos comportándonos como ovejas apacentadas por
lobos, que antes llevaban sotana negra y ahora portan batas blancas”.
-Antonio Escohotado / “Retrato del libertino” 1997
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