En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero
acordarme, no ha mucho tiempo que gobernaba una dama de las de finiquito en
diferido, mantilla en ristre, simulación flaca y tesorero corredor. El tono
quijotesco, mal que nos pese, es el único que le cuadra a la enloquecida y
delirante sucesión de disparates en que se embarcó la ministra de Defensa,
María Dolores de Cospedal, ante la comisión de investigación de la financiación
ilegal del PP.
Cospedal se empeña en creer que un registrador de
la propiedad barbudo y ceniciento es un príncipe azul; como don Quijote, se
empecina en negar las evidencias, la caja B, los ordenadores destrozados a
martillazos, o incluso que su marido, López del Hierro, sea el mismo López del
Hierro que aparece en los papeles de Bárcenas. “López del Hierro hay muchos”
dice Cospedala de la Mancha, evocando sin querer a aquel “M. Rajoy” que tampoco
era exactamente el M. Rajoy presidente del gobierno. El momento de auténtico
virtuosismo poético llegó cuando reconoció que el apartado “D. Cospedal” en los
papeles de Bárcenas se refiere a ella misma, sí, pero sucede que los papeles de
Bárcenas son falsos. Ahí tenemos una novela de caballerías real y fantástica al
mismo tiempo-fantásticamente real, realmente fantástica- donde el tesorero, los
sobres, los empresarios, los beneficiarios y hasta los jueces que han
certificado su validez caen enredados en la telaraña de un complejo laberinto
literario.
El Quijote, decía Antonio Rey Hazas, que fue
profesor mío en la Universidad Autónoma de Madrid, es como un camión de cuatro
ejes: sigue rodando a través de los siglos y aguanta lo que le echen, lecturas
románticas, comunistas, fascistas, posmodernistas. Hasta un cargamento entero
de mierda del PP.
-David Torres en “Público”
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