Chéjov dibuja una serie de personajes
marchitados y encogidos por la rutina diaria, por la marcha engañosa de una
falsa existencia: figuras de gestos atados, de voluntad paralítica, fluctuante
como algas en un estanque.
La monotonía, el fastidio de los
hábitos, debilita aun a los más fuertes, como a Astrov en "El tío
Vania". Este médico ansioso de belleza se va ahogando, también el, en el
fango de la provincia, y sabe ya que la condición normal del hombre es la de
ser un extravagante. El pálido curso de los días, el torpor, el aburrimiento,
han reducido estas criaturas a figuras vacías, a fantasmas que buscan en vano
las razones de su ilusoria existencia.
Elena
Andréievna, por su parte, está a punto de abandonarse a Astrov, que provoca en
ella una llamarada de amor, un anhelo de felicidad, pero enseguida vuelve sobre
sus pasos, atemorizada, para regresar a la jaula conyugal, junto al marido
semidifunto.
A.M.
Ripellino / "SOBRE LITERATURA RUSA"
(En la foto Olga y Antón Chéjov)
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