Al amanecer fui a un templo magnífico. Su arquitectura
era una expresión tan suprema del espíritu humano, que era un tesoro.
Generaciones de fieles han dejado ofrendas en los santuarios, cientos de monjes
han alcanzado la iluminación en sus tierras consagradas, y miles han sido
bendecidos en la vida y en la muerte en los venerables recintos.
Sin embargo lo que más me conmovió fue observar a una
vieja mujer barriendo silenciosamente los escalones. Su concentración era
perfecta. Su devoción era palpable. Su minuciosidad era completa. Su
desapercibido acto mostraba un verdadero espíritu de santidad.
Más tarde en el día, gente adinerada vino a adorar. Niños
con juguetes de brillantes colores corrieron sobre las grises piedras. El abad
caminó hacia sus ceremonias. Monjes pasaron en oración silenciosa. De todos
quienes pasaron, ¿cuántos se dieron cuenta del santo servicio que hizo posible
su propia devoción?
Cuando el sendero es todo lo que tenemos, aquellos que preparan
el camino deberían ser honrados con sinceridad.
-Meditaciones taoístas
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2 comentarios:
La virtud produce un bien (S.Agustín).
En su recogimiento, esta mujer expande pulcritud.
Esto no es un comentario.
Esto es un florilegio para todas estas anónimas,discretas, virtuosas mujeres.
UN ABRAZO,
S.R.
Tan certero e ingenioso como de costumbre.
Gracias por el comentario.
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