El
abanico tal y cómo lo conocemos, de varillas y plegable, llega a Europa traído
por los Jesuitas que intentaban cristianizar China y Japón. Había abanicos
humildes, por supuesto, pero eran también obras de arte incrustados con piedras
preciosas, varillas de marfil y recubiertos con fina y exótica seda china,
tafetán o satén.
El
llamado “lenguaje de los abanicos” consiste en una serie de movimientos con los
que los amantes pueden comunicarse sin tener siquiera que acercarse, aunque,
eso sí, mirándose a los ojos. Lenguaje galante y de mujeres, permitía a éstas
expresar sentimientos o tomar iniciativas que el protocolo y la rígida etiqueta
les prohibían decir con la voz (ya fuera alta o susurrada). Se cree que se
desarrolló en la corte de Versalles a mediados del siglo XVIII, aunque el
abanico ya estaba implantado en España, Francia e Italia desde el siglo XVII, y
sería complemento obligatorio de una dama durante todo el siglo XIX. (De hecho,
en Inglaterra fue complemento obligado por protocolo en las damas durante actos
oficiales y recepciones hasta 1939). El uso del siguiente lenguaje llegó a
estar tan extendido, que en la corte de Luís XV de Francia estaba prohibido
abrir un abanico delante de la reina,
pues María Leszczynska, princesa de Polonia, estaba harta de tanta
intriga amorosa… aunque el abanico no molestaba en absoluto a la amante oficial
del rey, Madame de Pompadour
Abanicarse
rápidamente: “Te amo mucho”
Abanicarse
pausadamente: “Estoy casada y no me interesas como amante”
Dejarlo
caer lánguidamente: “Soy tuya, te pertenezco”.
Tirarlo
con rabia al suelo: “Te odio, hemos terminado.”
Apoyarlo
abierto, sobre el corazón: “Te amo y sufro por ello.”
Cerrarlo
bruscamente: “No”
Cerrarlo
muy despacio: “Si”
Abrirlo
y cerrarlo varias veces: “Eres cruel conmigo”
Cubrirse
el rostro con el abanico abierto: “Cuidado, nos vigilan”
Apoyar
el abanico a medio abrir sobre los labios: “Bésame”
Levantar
el flequillo con el abanico: “No te he olvidado”.
Mover
el abanico alrededor de la frente: “Has cambiado”
Golpear
algo con el abanico abierto: “Estoy impaciente”
Golpearse
con el abanico cerrado la mano izquierda: “¡Ámame!”
Si
la dama lleva el abanico en la mano izquierda: “Estoy libre”
…
pero si lo lleva en la mano derecha: “Estoy comprometida”
Cerrar
el abanico sobre la mano izquierda, despacio: “Me casaré contigo”
Sujetarlo
abierto con las dos manos: “Por nuestro bien, mejor olvídame”
Cubrirse
la oreja izquierda con el abanico abierto: “Déjame en paz”
Cubrirse
la oreja derecha con el abanico abierto: “No reveles nuestro secreto”
Poner
la palma de la mano en el abanico abierto: “Aún no me he decidido”
Poner
el dedo en la parte superior del abanico abierto: “Quiero hablar contigo”
Bajar
la mirada a los dibujos del abanico: “Me gustas mucho”
Abrir
el abanico y salir por la puerta: “Sígueme”
Cerrar
el abanico antes de salir: “No me sigas”
Tocarse
el ojo derecho con el abanico cerrado: “¿Cuando podré verte?”
Contar
las varillas del abanico abriéndolas una a una: “Ven a las…” (El número de
varillas indica la hora de la cita).
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