José TOMÁS torea bajo el sol, pero su ofrenda torera, la
ceremonia de su arte, surgen bajo la advocación, influjo o amarramiento de la
luna, señora de los colores nocturnos del albero y emperadora de cualquier aire
o brisa que tiemble en el redondel.
Maestro de su destino frente al toro, José no duda ni un
instante: ¿para qué, si al final se hará lo que dispongan los augurios o
pronostique la secreta mancia del día?
José Tomás ha alcanzado un gusto tan refinado que casi se
siente reo humillado de claudicación si a la mitad de un arreón del astado, con
ambos leños buscándole el corazón –defensa obliga-, él va y cede… y arquea
levemente una ceja…
Y es que su toreo
se compone –como el arte de los faraones-, de silencio, de misterio y de
inmovilidad.
De ahí que sus faenas tengan algo de sagrado rito, de
callada ceremonia, de inmortal
jeroglífico que se queda flotando sobre el redondel…
-SALVADOR RAMOS
(con permiso.... )
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