En 1934, cuando a la sazón contaba 73 años, el escultor
francés Aristide Maillol (1852-1944) conoció a una bella adolescente de 15 años
Dina Vierny, la cual no solo fue su modelo y confidente durante la última década
de su vida, sino la que logró librarle del deprimido ostracismo en el que el
artista había caído.
¿Cómo ni tan siquiera sólo explicar, no digo ya representar,
ese misterio del encuentro de esos dos bordes extremos de la vida, el de la
adolescencia y el de la ancianidad encerrados en el espacio secreto del taller,
donde se gesta esa criatura que es una obra de arte? Hablando en primera
persona sobre su propia experiencia como modelo, Dina Vierny comentó con sagacidad
lo que ella, su cuerpo y su alma había significado para Maillol: “Él quería
hacer una casa en la que se entra. Para él el cuerpo femenino era una catedral
o un templo”. ¡Exacto! Esta abertura por la que se accede a lo más profundo de
la vida es la senda exploradora del arte, en la que un destartalado taller,
donde dialogan sin palabras una hermosa joven con un anciano maestro que se
despide de la vida, refulge con el brillo de mil luces hasta convertirse en el
hogar del universo.
-F. Calvo Serraller
(En la foto Maillol y su ángel Dina Vierny)
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