jueves, 5 de agosto de 2010

AGOSTO Y SUS CALORES


No acabo de entender la obsesión de la iglesia con el sexo, de no ser que sea el resultado de tener que reprimirlo abruptamente en carne propia. Quieren que un muchacho de catorce años se comporte como un obispo, aunque quizá lo que barruntan es que la masturbación aleja de Dios, y de cualquier otra idea demasiado deletérea. Aún recuerdo la cara de odio y de asco con que el director del colegio, donde yo cursaba quinto de EGB, nos preguntó un día, a bocajarro, si sabíamos lo que era “pelársela” (sic). Yo era entonces un jovencito muy casto que aún rezaba el rosario entre salesianos, pero la inquisición del enojado director me movió a ponerme al día. “Dejé de confesarme al mismo tiempo en que comencé a masturbarme”, escribe Iñaki Uriarte en sus Diarios. Pues es eso.

Dios, en efecto –y su razón comercial, la Iglesia-, es algo ajeno al placer, aunque sea el pequeño placer propio, intransferible, monológico. ¿Qué clase de Dios es este, qué tipo arrogante y oblicuo que se construye contra las elementales y sagradas satisfacciones cotidianas? No me extraña que esté en crisis. Debería empezar por cambiar de representantes antes de que le liquiden completamente el negocio.



-Joan Garí





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1 comentario:

El jardinero dijo...

Encontré voz en este fragmento del periodista de "Público" a mi doloroso primer encuentro con la soledad suprema. Por la misma razón que Iñaki Uriarte tuve que dejar de hablar con aquel Dios que tanto consolaba mi corazoncillo dolorido de pre adolescente en el que se despertaba una remota vocación sacerdotal. No podía confesarle a aquel padre salesiano, Don Antonio Ureña, que yo tenía fuego entre las piernas y había descubierto como mitigarlo brevemente, pero pecando. Creo que fue la grieta que comenzó a cuartear mi confortable refugio teológico.