viernes, 9 de abril de 2010

NOCHES DE MADRID


Me enamoré de mi arma de reglamento, de nombre Cetme modelo C, aquella noche helada del 23-F, apostado tras uno de los parapetos de piedra camuflados en los accesos al Palacio de la Zarzuela.
Yo pertenecía a los Monteros de Espinosa, la única unidad del ejército español a la que se le permite desfilar delante de la bandera, según nos decían. Estábamos dispuestos a lo que fuese para cumplir con nuestro trabajo de defender aquello con toda la contundencia posible.
La unidad de Controles se encargaba de la identificación y filtrado de los vehículos que llegaban por carretera. Quien no respetara sus indicaciones tendría serios problemas con nosotros, que aguardábamos armados hasta los dientes apostados más atrás. Nada de arrugarse aunque fuesen los carros de combate de la División Acorazada Brunete, que no estaban pero se les esperaba y no precisamente para ayudar.
Ni se dieron ni se pidieron instrucciones para un posible repliegue. La consigna era aguantar allí hasta nueva orden y la pálida madrugada fue testigo de que nadie solicitó ser relevado.
A ratos sentíamos excitación, ramalazos hondos de miedo y también curiosidad. Pero había un elemento que aun siendo una intuición indemostrable nos proporcionaba un efímero alivio: la convicción de ser“los buenos” en aquella extraña película.

De esta manera se planteaba aquella noche del invierno del 81. Con la prohibición absoluta de hacer fuego para calentarnos, agarrados a nuestros fusiles de asalto rebosantes de munición y bajo la fiable cobertura de las veteranas ametralladoras MG-42.

Esperábamos pegados al terreno y con la moral más bien alta a un enemigo que, afortunadamente, nunca llegó.




-A. de Santiago
(In memoriam)




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