domingo, 14 de enero de 2007

ENCUENTRO SOBRE RUEDAS


En su momento, los textos que iré subiendo aparecieron en la revista "CUIDATE" tanto en su versión digital como en papel. La publicación desapareció pero mis colaboraciones en ella van a adquirir aquí una segunda vida. No los he retocado, si acaso me fue imposible no suprimir o alterar alguna coma que me daba voces. Conforme los revise quedarán expuestas en este sitio ya que están escritas con toda mi atención y mi cariño y los personajes a los que entrevisté dicen cosas que pueden servir a quien se ponga a leerlas.


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EL SECRETO

No recuerdo la fecha exacta. Hará algo más de 15 años quizá. En cambio si recuerdo que ocurrió en un viaje por ferrocarril de Madrid a Málaga. Por circunstancias ajenas a mi voluntad cambiaba yo el otoño frío pero culturalmente fértil de la capital, por el húmedo y decadente de la costa.
En el tren, mi compañero de asiento era un hombre de rasgos asiáticos y ya entrado en la cincuentena. Cortés y callado, venía inmerso en la lectura de un libro en inglés del que esporádicamente tomaba apuntes.
Llegada la hora del almuerzo saqué, como viajero veterano, unas viandas bien seleccionadas que alegrasen el camino y anestesiaran el tedio de un trayecto que, entonces, duraba casi diez horas.
Entremeses variados adquiridos en L´ardys, cerca de las Cortes, pan de Viena Capellanes y una botella de vino tinto, ex profeso ligeramente áspero, para afrontar con dignidad un refrigerio en esa época del año. Como es preceptivo, invité a mi compañero de asiento a compartir los víveres.
Si estuvo bien el ágape, la sobremesa del agradecido Kim Sejong fue mejor. Resultó ser un doctor coreano especialista en acupuntura, practicante asiduo de Tai Chi y afincado en España desde hacia mucho tiempo. Así comenzó una buena amistad.
De la enriquecedora charla de aquel viaje y de encuentros posteriores tomé algunas notas, de las cuales me permito hilvanar unas cuantas ahora para elaborar este articulo. Ahí van:


"Algunas de las personas que acuden a aprender Tai chi comentan a su profesor -como si se tratara de una característica especial y secretamente suya- que no tienen prisa en aprender, que les sobra la paciencia y dicen saber, además, que el Tai chi "solo" consiste en eso. A pesar de no ir del todo descaminados en el criterio, esta buena gente suelen durar, por termino medio, un mes, dos como mucho, asistiendo a las prácticas.
Lamentablemente, utilizan tan poco sus propios recursos físicos que viven bajo mínimos en sus sedentarias rutinas cotidianas. Cuando quieren manejar su cuerpo con un objetivo diferente les parece el de otro.
Parecen tener cierta dificultad en reconocer y admitir que sus limitaciones corporales no son otra cosa que una consecuencia directa de la forma de vida que han elegido. Prefieren pensar que se equivocaron al elegir actividad y así dar carpetazo al asunto, a admitir que no son pacientes. Para adquirir esta virtud - la paciencia - no basta con citarla entre nuestras posesiones. Hay que ejercerla y buscarle los límites.
Esta característica tan occidental y urbana de no saber esperar que las cosas maduren se puede interpretar como algo que diferencia básicamente a oriente de occidente y condiciona de manera decisiva la evolución de nuestra toma de conciencia corporal.
Desde la humildad de una gimnasia básica de estiramientos y rotaciones como puede ser el Tai chi, este aporta un trabajo sobre los meridianos de resultados reales a medio-largo plazo y refuerza de manera firme y gradual, la valoración de sí mismo que tiene el propio individuo.
Esto aguarda también a quien persevera en el aprendizaje del Yoga o de otras venerables disciplinas. Aunque se llegue por senderos distintos la meta es la misma: resistir los vaivenes del tiempo en las mejores condiciones posibles.
Llegar a la vejez es fácil - añadió con la mirada perdida en el fondo del vagón - solo hay que cumplir un año tras otro. Pero llegar dignamente y en buen estado de salud, requiere un poco de esfuerzo."

Interpretad como mejor os parezca lo que ha quedado expuesto teniendo en cuenta que, como decía Arendt: "Si hubiera una única verdad no seriamos libres". Feliz otoño.

Salvador Palomo septiembre 2001














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