“La denuncia certera
de las discriminaciones en la sociedad y en su lenguaje —que las hay, y muchas
y terribles— ha llevado a conformar un sesgo que las encuentra cuando no
existen. La palabra latina homo (distíngase de la griega de idéntica grafía en
español y que significa “igual”) no se correspondía con nuestro ambivalente
“hombre”, sino con “persona”. Porque “hombre” (en su significado por oposición
a “mujer”) se decía vir (de ahí “virilidad”, por ejemplo); de modo que bajo el
paraguas de homo se repartían los sexos y los géneros de vir y mulier. Eso
mismo pasaba en griego con anthropos, aner-andrós y gyné, lo cual nos permite
distinguir ahora por ejemplo entre “antropología” (ciencia que analiza la
evolución humana), “ginecología” (el estudio de los órganos femeninos) y
“andrógeno” (hormona que produce rasgos masculinos).
A veces, el sesgo que
atribuye a la lengua culpas que no son suyas impide ver algunos de sus
recursos. Es el mismo sesgo que interpreta “homosexual” como referido al sexo
masculino (ahí dentro sí está el homo griego, que equivale a “igual”:
homogéneo, homónimo…) o que propone “monomarental” porque ve en “monoparental”
una traza de “padre” (cuando viene de “parir”), o que critica que la expresión
“menudo coñazo” sea negativa frente a la positiva “es la polla” (que no guarda
relación con el órgano sexual sino con una apuesta exitosa en los antiguos
juegos de naipes).
Ahondar en el
conocimiento para relativizar nuestros sesgos facilitaría la convivencia,
porque ser consciente del sesgo propio ayuda a considerar los razonamientos ajenos.
El peor sesgo consiste en creer que uno no los tiene”.
-Alex Grijelmo en EL
PAÍS
--------------------------------------------------
No hay comentarios:
Publicar un comentario