“El oso lamía. Buscaba. Lou podría haber sido una
pulga a la que él estaba persiguiendo. Le lamió los pezones hasta que se le
pusieron duros y le relamió el ombligo. Ella lo guió con suaves jadeos hacia
abajo.
Movió las caderas: se lo puso fácil.
—Oso, oso— susurró, acariciándole las orejas. La
lengua, no solo musculosa sino también capaz de alargarse como una anguila,
encontró todos sus rincones secretos. Y, como la de ningún ser humano que
hubiera conocido, perseveró en darle placer. Al correrse sollozó, y el oso le
enjugó las lágrimas”.
-Del libro “Oso” de Marian Engel
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