Cada
vez se hace más difícil afrontar la convivencia y más fácil acabar con ella.
Convivir es la verdadera prueba de fuego, donde se demuestra si verdaderamente
nos amamos y nos respetamos.
Hemos
pasado de relaciones casi eternas en las que la separación iba en contra de la
moral imperante, a otras en las que se toma el camino fácil de terminar la
relación y emprender un nuevo camino por separado. Nadie aguanta a nadie.
No
hay una situación ideal generalizable. Cada uno de nosotros debe trazar su
propia andadura, no hay dos personas iguales, pero lo que sí es cierto es que
si nos educáramos mejor, nuestras relaciones humanas podrían ser diferentes.
Recuerdo
que en uno de los congresos de Psicoanálisis a los que he asistido se hablaba de
que la patología de fin de siglo es la intolerancia hacia las personas. El
Psicoanálisis ha develado el narcisismo de las relaciones, nos buscamos en el
otro, es decir, nos gusta de los demás aquello que nos recuerda a nosotros
mismos. Parece que resulta complejo amar del otro lo que es diferente a
nosotros mismos. El verdadero amor se define justo por eso, tolerar lo que en
el otro es diferente. El amor es “amor a las diferencias”.
El
amor romántico al que aún hoy muchas personas aspiran, ofrece una utopía y
condena irremediablemente al fracaso a quien lo persigue. Es un tipo de amor
que se corresponde con periodo de enamoramiento, de idealización, donde todo
parece perfecto y donde se tiene la sensación de que el mundo gira en torno a
la pareja. Sabemos que este periodo es efímero y debe serlo, pues aleja al
enamorado de la realidad.
Muchas
veces, amar al otro implica, justamente, romper una relación de pareja tóxica.
Esto previene muchas situaciones graves que pueden desembocar en maltrato.
Terminar las cosas a tiempo es un criterio de salud. No debemos entender
entonces que toda ruptura amorosa es un fracaso. Nada es eterno. Todo fin
supone un nuevo comienzo. Si aprendemos de la experiencia y miramos el futuro
con optimismo estaremos aprendiendo algo más sobre el amor.
Juntos
o separados, no hay que olvidar que una pareja son dos personas, con psiquismos
diferentes. Este es el primer paso para una convivencia o una separación más
civilizada. Nadie nos pertenece, ni siquiera los hijos.
Helena
Trujillo Luque. Psicoanalista.
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