Es
un anuncio. Aparecía dos renglones más abajo de la noticia que informaba sobre
el derrumbe en Bangladesh, un edificio de ocho plantas dedicado casi en
exclusiva a talleres donde trabajaban miles de personas, casi todas mujeres,
por unos pocos euros al mes, lo que nos cuesta una blusa bonita de primavera en
cualquiera de las tiendas a las que podemos ir a comprar. Ropa estupenda, de
temporada y a la moda, esa que nos entra por los ojos y, además, barata. No es
la primera vez que pasa y últimamente ya van siendo muchas. Vemos a las
personas desgarradas por la tragedia durante un par de días en la portada de
los medios y al tercero se nos olvida, como tantas otras cosas.
Las
empresas occidentales, es decir, nuestras empresas, saben en qué condiciones
trabajan allí y por cuánto. De hecho, buscan la mano de obra allí y, eso sí,
hacen auditorias. Es triste ver cómo todos los medios que han cubierto la
noticia terminan diciendo que en realidad el problema son las subcontratas que
están fuera de control. El problema no es que nuestras empresas solo busquen
beneficios, saltando por encima de los derechos laborales de multitud de
personas, mujeres en su mayoría, ni que nosotros tengamos esa imperiosa
necesidad de comprar ropa siempre que gustemos a esos precios tan increíbles.
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Mercedes Cousinou Rodríguez.
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