Observad su
mirada. Es uno de nosotros. Más que un perro se diría que es uno de esos
hombres cabales que nunca dicen una palabra más alta que otra hasta que un día
ya no pueden más y estallan con un improperio del que inmediatamente después se
arrepienten.
La foto
circula por las redes, pero debería estar clavada en los árboles de cada barrio
de España donde los niños, acompañados por sus padres si son todavía pequeños,
aterrorizan a los pobres perros y a los inermes vecinos tirando incontables
petardos durante las fiestas.
Observad su
mirada. No es un perro, es una persona. La imagen misma de la dignidad. En sus
ojos hay un reproche, sí, pero un reproche formulado pacientemente,
amablemente, una amonestación expuesta con severidad pero con respeto. El gesto
sereno del animal se impone incluso a la contundente procacidad del cartel.
Parece, en
fin, un perro sabio que hubiera leído con provecho a Séneca, pero al que los
malditos petardos lo hubieran sacado de quicio, de manera que a tomar por culo
Séneca y los putos petardos y los niños cabrones que los explotan y los
capullos de los papás que les enseñan a explotarlos.
Un
periodista amigo de los perros y enemigo de los petardos lo hubiera dicho con
menos tacos, pero no más claro.
-Antonio
Avendaño en PÚBLICO
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