En aquel
tiempo en que la armonía apaciguaba nuestros corazones, Lady Anita se sentó una
tarde en una gran roca que mandé traer a mi propiedad.
Muchos años después,
rota ya la relación, entre exasperantes arcadas de vejez y soledad, aun posaba mi mano
temblorosa en el punto exacto que sostuvo a su amada fuente de tibias aguas. Esto me consolaba gratamente. Era como si pudiese depositar mi inservible sentimiento amoroso
en un mullido cojín de terciopelo de Essex, antes de devolverlo a la porqueriza de los recuerdos.
-Lord Byron (?)
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