lunes, 21 de julio de 2014

ENFOQUES


El estar en una clase de Tai-Chi es algo muy aburrido. Incluso la gente que está mirando se siente soñolienta porque el movimiento es tan lento y siempre lo mismo, lo mismo. Funciona como una canción de cuna para la mente, y la persona que lo está haciendo también se siente algo soñolienta. No puede dormirse porque tiene que moverse. Existen pues dos cosas: la monotonía, con todas las probabilidades de que uno pueda dormirse... pero no puede porque tiene que moverse. Así que el movimiento no permite que uno se duerma, y la suavidad del movimiento no permite que la mente se entretenga. Ambas cosas funcionan en contra de la mente. La mente no puede dormirse y no puede entretenerse. La mente no tiene salida alguna, ninguna vía de escape. Poco a poco la mente desaparece. Hay sólo pura energía, como las olas del océano, llegando, golpeando, rompiéndose contra las rocas. Llegando de nuevo, otra vez, año tras otro, durante millones de años... Un proceso ciertamente monótono, pero tremendamente hermoso. 


-Osho




(my thanks to Dan)

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4 comentarios:

Unknown dijo...

Veo un texto y leo una imagen.
Gran Maestro.
Azuj

El jardinero dijo...

En el exterior, la calma.
En el interior, el movimiento.
Como el caballo trabado
y el ratón escondido.

-Proverbio Zen


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Unknown dijo...

Sin negar el valor del proverbio ZEN, me permito
aclarar:
Ni ratón escondido ni caballo trabado
veo cuando te leo en la foto.
Insisto: Me remite a un Gran Maestro del Tai-Chi
con sus alumnos
recorrido por una hímnica ola de alegría
en tu interior.
Azuj.
SR.

El jardinero dijo...

Gracias por tu último comentario SR. Si ese maestro tiene una ola hímnica de alegría en su interior, el interior del gran maestro Azuj es un tsunami de creatividad, fertilidad intelectual y belleza que anonada a propios y extraños.

Sigo, muy de lejos, tus pasos: El viejo Chorlo mira su vida rota a través del cristal roto de sus gafas rotas a guantazos por un guardia civil en Benaojan. El aliento huele a tabaco negro, vino blanco y gris desengaño. La ropa a sudor reseco y a días gastados en ahorcar las plomizas penas en el cadalso alcohólico de los bares, donde se espesaba su prosodia hasta quedar en graznido doloroso, pestilente y estéril.

Gracias por la turbia admiración y el especial afecto que le profesaste a mi padre. Espero volver a verte allá donde estés, pues será mi sitio también. Si hay dios seguro que te habrá conseguido unas antiparras nuevas que tú, hecho a sufrir, no le habrás pedido.



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