domingo, 29 de junio de 2014

MÁS VALE ASÍ...


Recuerdo una mañana de invierno allá en los años 70. Yo pertenecía a una Compañía de Operaciones Espaciales acantonada en Ronda. En su rutina cuartelera, cuando no estábamos de maniobras o en el campo, tras una extenuante carrera nada más levantarte, lloviese o nevara, un magro desayuno y salida a paso ligero hacia una explanada que servía de campo de fútbol, rugby o para la instrucción de combate. ¡Centenares de veces he besado su suelo rojizo y polvoriento...!  En aquel erial había manchones de maleza fuera del torturante circuito al que dábamos vueltas y vueltas al trote, con las rodillas bien altas y el viejo e indestructible mosquetón Mauser de 7,92 alzado por delante. En determinadas ocasiones, un toque de silbato actuaba como fulminante orden de dispersión y cuerpo a tierra con el arma encarada, formando un gran círculo disuasorio de negros cañones apuntando en abanico. Otra pitada y, a la carrera, se recomponía la sección en silencio, volviendo a oírse de inmediato el trám tram, trám tram de los cuarenta pares de botas machacando el terreno otra vez. En una de estas estiradas caí sobre esos tímidos brotes herbáceos que se atrevían a nacer a pesar de las crujientes heladas rondeñas. Por alguna razón, ese día nos dejaron medio minuto tendidos y yo miré hacia abajo mientras recuperaba el aliento. Y allí, discretísima y elegante, colgaba una diminuta perlita transparente de rocío en una ignorada brizna verde. Todavía me parece ver, casi cuarenta años después, aquel minúsculo monumento a la pureza que me fue regalado por la Naturaleza.
Cuando volví de permiso a Málaga le conté a mi querido y añorado guía, el doctor José Collado, lo que me había ocurrido y él decidió que la hija que esperaba su esposa se llamaría así: Rocío.



-S.P. 





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2 comentarios:

Unknown dijo...

me gusta este texto...
s.r.

El jardinero dijo...

Y a mí me hace muy, muy feliz que así sea.


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