La
teoría política democrática dice que en las Cortes reside la soberanía popular
o, lo que es lo mismo, la representación del conjunto los ciudadanos. Pero
hemos llegado, siempre en la práctica, a una esclerosis, a un endurecimiento de
los nervios, los músculos y las venas del cuerpo democrático. Las
instituciones, en vez de ser fluidas sedes de discusión de intereses y de
solución de problemas, actúan como una superestructura narcisista, opresiva y
paralizante, como la tapadera de una olla que no libera el vapor producido en
su interior y en su exterior, como una representación ritual y litúrgica del
espíritu democrático que anula su esencia y su vitalidad.
Listas
abiertas, separación de poderes, consultas directas en referendo a los
ciudadanos, responsabilidad individual de los diputados en su voto y ante los
electores de su demarcación, televisión pública culta e imparcial y presencia
abundante de independientes en las candidaturas de los partidos son algunas de
las medidas que darían frescura a una maquinaria democrática anquilosada y
cautiva de los partidos políticos, que sumidos en la corrupción, en la división
interna, en la incapacidad para acordar y en una terminal crisis de identidad y
representación real, dicen interesarse por los ciudadanos, pero sólo atienden
sus intereses electorales y corporativos como gremios o empresas con cargos y
empleados perpetuos. Y los de sus aliados económicos. Esto, aparte de la
crisis, no funciona bien, y algo va a pasar, y, de ese algo, el variopinto
descontento, callejero y no callejero, es el síntoma y el anticipo.
-Manuel Hidalgo en EL MUNDO
(En la foto Doña Democracia española: chapuzas y retales)
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