Llorar
a lágrima viva. Llorar a chorros. Llorar la digestión. Llorar el sueño. Llorar
ante las puertas y los puertos. Llorar de amabilidad y de amarillo. Abrir las
canillas, las compuertas del llanto. Empaparnos el alma, la camiseta. Inundar
las veredas y los paseos, y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.
Asistir
a los cursos de antropología, llorando. Festejar los cumpleaños familiares,
llorando. Atravesar el África, llorando.
Llorar
como un cacuy, como un cocodrilo... si es verdad que los cacuies y los
cocodrilos no dejan nunca de llorar.
Llorarlo
todo, pero llorarlo bien. Llorarlo con la nariz, con las rodillas. Llorarlo por
el ombligo, por la boca.
Llorar
de amor, de hastío, de alegría. Llorar de frac, de flato, de flacura. Llorar
improvisando, de memoria. ¡Llorar todo el insomnio y todo el día!
-Oliverio Girondo
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