domingo, 12 de septiembre de 2010

DESMEMORIA HISTÓRICA


Mi esposa estaba terminando de quitar de la mesa los platos con los restos de la cena ayudada por nuestra hija mayor. El pequeño, en su habitación, debería estar estudiando. Y yo, con merecida fama de perezoso y de llegar tarde a todos lados, burbujeaba mentalmente arrellanado en el sofá con la vista puesta en los monigotes de la televisión. Daban un programa de esos en los que glosan la transición a la democracia una serie de contertulios de hablar cansino como el andar de un camello, adobado con reportajes de las huelgas y disturbios de aquellos días.
Tras un intermedio publicitario, el debate se reanudó con imágenes de una manifestación que tuvo lugar en la ciudad en la que yo estudiaba por aquel entonces y a la que asistí. En blanco y negro podían verse las carreras de la gente delante de los policías que a pie y a caballo buscaban dispersar por las malas al gentío.
De pronto, identifico a un joven alto, algo desgarbado con barba y el pelo largo y rizado que corría junto a otras personas ¡Era yo, Dios mío! Me quedé de una pieza viéndome a mi mismo, con la bolsa de costado en la que llevaba mis libros y algunos pasquines del partido comunista. Atado a la correa del bolsón podía verse un fular largo y de color claro, regalo de una novia aragonesa que tuve.
Aunque la cámara se desenfocaba y movía continuamente, el siguiente plano me heló la sangre. Un tipo de paisano, con gafas de sol y el bigotito típico del régimen agonizante, se acercó al que era yo por la espalda y me descerrajó un tiro casi a cañón tocante en la cabeza. Me desplomé evidentemente vacío de vida. Una mancha oscura creció en el suelo manando incontenible del cráneo partido por el disparo mientras la gente huía despavorida.

En el momento que vi la escena entendí, estremecido por el terror, que había llegado tarde de nuevo a un inexcusable compromiso. Preso de esta nítida revelación abrí la terraza y salté al vacío.

Extremadamente vituperable, lo sé, pero llegaba tarde también a la cita con una muerte perfumada de cenizas, que me esperaba sonriente e indesmayable hacía décadas.



-S.P.





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