viernes, 23 de julio de 2010

DERECHO AL SILENCIO


Sara Maitland (1950) en su libro “Viaje al silencio” ha conseguido describir las experiencias concretas que suscita la convivencia continua con el silencio: intensificación de las emociones físicas y psíquicas, desinhibición, sensación de “dádiva”, confusión de los límites, estimulación de la conciencia del riesgo, gozo. Una enumeración, por lo que se ve, que podría servir igualmente para describir los beneficios de ciertas drogas. Pero que sea el silencio, hoy tan ausente, tan desconocido, probablemente nunca oído, quien provea esos privilegios, no deja de resultar sorprendente entre las sensaciones equívocas que provoca y su proximidad a la locura.




-Francisco Solano



(En la imagen "Fobia al ruido" de Vart)

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4 comentarios:

Jesslo dijo...

Hola amigo Jardinero,

Interesante artículo y la imágen muy bien escogida. Hay silencios y silencios. Es un tema llamativo y tan recorrido en la literatura y las ciencias que de sabido es casi un enigma. Se interpreta, se estudia, se necesita y se aborrece, según sea la necesidad individual y/o colectiva. El silencio escogido puede ser sanador, el impuesto una condena. Me ha encantado tu post.

"Nuestra generación no se habrá lamentado tanto de los crímenes de los perversos, como del estremecedor silencio de los bondadosos" (M.L.King)

"La palabra es plata y el silencio es oro" (refrán)

"Nunca rompas el silencio si no es para mejorarlo" (Ludwig van Beethoven)

Saludos silenciosos ;)

El jardinero dijo...

Fue entrar al Jardín y detectar una fragancia pura y distinta mezclada en el aire. Al ver tu comentario, que agradezco, constaté que habías estado por aquí (en silencio).

Bett dijo...

He encontrado esto en la web. Pertenece a un artículo de la revista Atenea y lo firma un tal Alfonso Reyes en Agosto de 1928:

"Este texto se escribe en el Hotel Majestic de París. Mismo lugar en que Marcel Proust pasó los últimos años de su vida. De ahí que pueda describir, de primera fuente, cómo vivía y escribía el inventor de Swann. De los informes del portero, uno que llama la atención es aquel que nos habla de la fobia a los ruidos del escritor, recelo hacia cualquier sonido por mínimo que fuese.

Proust trabajaba en el quinto piso, en un cuartito interior, forrado de corcho. El ruido sobresaltaba a Proust, como a Lamartine, como a Flaubert, como a Juan Ramón. Una interrupción en el proceso de escribir podía causarle un colapso, como la interrupción de un proceso fisiológico elemental. Gómez de la Serna dice que, en el estilo de Proust, se oye hasta el zumbido de la mosca que anda por el cuarto.

Marcel Proust dormía las horas de sol (el sol en París: este eufemismo), y trabajaba siempre de noche, no por miedo de la luz, sino de los ruidos de la ciudad.

El vecino del sexto piso tenía encargo de no hacer ruido. Marcel Proust había dotado a toda la familia de arriba de unos buenos pies de gato, de unas zapatillas de lana sorda que apagan el ruido de los pasos."

No dejo de pensar al leerlo ¡qué habría sido del pobre Proust, Flaubert y los demás citados si hubiesen vivido en nuestro siglo, en nuestras irrespetuosas ciudades!

Bs.

El jardinero dijo...

Me da la impresión que Jesslo y yo tenemos la misma herida.
Daría sinceramente lo que fuese por no padecer esa maldita y dolorosísima sensibilidad, lo que fuese.
¿Es intolerancia a la frustración o es frustración por no poder evitar mi intolerancia?

Gracias por tu indagación Betty. Da un poquito de consuelo tener esa incómoda aguja clavada en el alma, ese dolor en común con algunos inmortales.