lunes, 19 de julio de 2010

CUENTO DE VERANO


El niño sentado en la bocana del puerto ve pasar las impasibles y orgullosas goletas con el velamen desplegado ir en viento buscando buenos puertos para mercadear. A veces les grita para llamar la atención y agita el sombrerillo con el que se protege del sol pero nadie parece reparar en él. Muy raras veces, alguien del pasaje lo ve y le devuelve el saludo. Esto ya es suficiente para alegrarle intensamente el día y darle nuevos ánimos para seguir allí de vigía otra buena porción de tiempo. Tiene el sueño secreto de que alguna vez podrá subir en alguna de aquellas arrogantes naves y ellas consentirán portarlo. El pobre cretino piensa que basta solo con desearlo. Ignora que se necesita dinero en abundancia si va como pasajero, o ser admitido por los extremadamente exigentes capitanes si quiere viajar como marinero sometido a esclavizante disciplina.

Ha pasado el tiempo. El niño ha crecido exteriormente y no ha hecho realidad su ilusión a pesar de que sigue en su puesto de vigilancia. Pero en su cara surcada de arrugas asoma ahora una sonrisa de paz; no ha conseguido su sueño de embarcarse pero ha encontrado la casa de putas del puerto. Allí le reciben con los brazos abiertos por un precio mucho menor de lo que piden por un pasaje a bordo de las estólidas y engreídas embarcaciones.




-Al estilo Manuel Vicent




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2 comentarios:

Betty dijo...

¡Oooh, tan tierno!

¡Adiós, adiós, pequeño del sombrerillo!
¡No dejes de soñar, no dejes nunca de DESEAR!

Bs.

El jardinero dijo...

No sé si desear es algo bueno. En su centro habitan el dolor y la frustración. Siempre queda el regusto de alguno de estos elementos predominando al final.

Muchas gracias por tu fresquito comentario.