sábado, 25 de agosto de 2007

UNA BONITA HISTORIA


No sé si hace veinte o treinta años que leí este cuento y me impresionó hasta el punto que lo sigo recordando en mi vida y en mis clases y quizás también para sopesar determinadas neurosis en mi relación con los demás seres humanos. Voy a intentar reconstruirlo desde mi memoria. Mi esperanza es que con el amor funcione igual:

Cuentan que un anciano general, que terminó su servicio activo como consejero del Shogun del Japón, fue durante toda su vida un gran practicante del arte de la espada con lo que esto implica de visión interior, absoluto autocontrol y aguzadísima sensibilidad. Este apacible jubilado pasaba los días entre la paz de su casa, la armonía de unos jardines que cuidaba personalmente y recibiendo a sus recuerdos, con los que procuraba llevarse bien.

Un día estaba recortando un seto mediano delante de la casa, cuando sintió de pronto aquella antigua sensación de alerta subir por el espinazo y erizarle el pelo de su nuca avisándole de un inminente peligro; instantáneamente su hara se hizo notar tensándose, al contrario del resto del cuerpo que se relajó para facilitar la fulminante reacción que debía producirse al localizar el peligro. Con la mirada hacia ninguna parte pero analizando minuciosamente el entorno, comenzó a darse la vuelta lentamente para comprobar que sólo su viejo criado estaba en el porche de la casa recogiendo el servicio del té. Había sido evidentemente una falsa alarma. Su instinto, su “zanshin”, que en ocasiones le había salvado la vida, comenzaba también a fallar.

Ligeramente abatido dejó las herramientas en el suelo y cabizbajo se dirigió a la casa intentando asimilar aquella nueva muestra de que la edad no perdona. Al sirviente no le pasó desapercibido el bache anímico de su señor y se acercó a preguntarle qué le ocurría, a lo que el general contestó:

- “Es triste comprobar la decadencia de mi propia naturaleza. He intuido que iba a ser atacado por la espalda y ha sido erróneo pues solo estamos tú y yo en este lugar”.

El viejo criado y antiguo compañero de armas, retrocedió boquiabierto:

- “Mi señor, al verlo de espaldas en medio del jardín me ha pasado fugazmente por la cabeza que sería fácil atacarle desde atrás y por sorpresa, luego he desechado el pensamiento y he seguido con mis tareas. Puede estar tranquilo mi general, que su instinto sigue velando por usted”.






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2 comentarios:

burasu dijo...

Me ha gustado mucho.

El jardinero dijo...

Mi jardín y mi corazón (o lo que es lo mismo mi blog y mis neuronas) están siempre a tu disposición. Gracias por el comentario.