sábado, 10 de mayo de 2008

SI NO LO PONGO AQUÍ, EXPLOTO.


Esa mirada húmeda paseó por todos los canales. Eran las últimas penas de Frank Rijkaard tras la despedida atroz del Bernabéu y justo antes de la otra despedida, la definitiva. Se le podía reprochar cualquier cosa menos falta de elegancia. No perdió los nervios cuando las cosas iban mal, ni mostró arrogancia luego, cuando el Barcelona se comía el mundo. Este año, en la temporada del desastre, propicia al exabrupto, se portó como un caballero.
Quizá tome calmantes, o cualquier otra cosa. Da igual: sólo funcionan hasta cierto punto. El mérito de Rijkaard radica en la bondad de carácter, innata, y el autocontrol, algo que ha conseguido imponerse a sí mismo. Rijkaard fue un futbolista explosivo en todos los sentidos.(..)

Dicen que Cruyff fue consultado por el Barcelona sobre la conveniencia de contratar a Rijkaard como técnico, Y dicen que Cruyff, que se ha ganado su fama de sabio con frases surrealistas y sin demasiado sentido, no entró en méritos profesionales. Se limitó a tres palabras: “Es bien persona”. En efecto, lo es. Las buenas personas son las que mejoran con el tiempo. Rijkaard ha respetado a sus jugadores (aunque no siempre lo merecieran), a los rivales, a los directivos, a la prensa y al público. Ha sido un elemento de sosiego en el más atractivo y caro espectáculo televisivo. Y, encima, ha dado al barcelonismo más éxitos que Cruyff. En un negocio que abunda en saltimbanquis infantiloides y paranoides zafios constituye una feliz anomalía: un adulto equilibrado. Fútbol al margen, todos perdemos algo con su marcha.




-Eric Gonzalez en El País




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3 comentarios:

Anónimo dijo...

El personaje tiene tantas cualidades como para que un hastiado sr. Antónimo acuda en esta tarde de domingo con la pañosa de gala a su ruedo.
El tipo es listo, honesto, tiene aptitud y actitud, cultiva un humor fino, es educado.
En su código de barras de pelotero –así de futbolista como de entrenador-, a destacar su mirada periférica, atenta a los límites de ambas áreas.
Paradoja poética en concordancia con la música interior importada de mi pensamiento: Sucede que el fútbol en tan buenas manos se convierte en una profecía, una carta de ajuste, una función, unas sensaciones, unos tropismos que con el transcurrir del tiempo el clero, los faraones, los letrados, la clase dirigente, el sanedrín, los escribas, los maceros... aplicarán a su módulo social, zonas de paso y de querencia.
Prueba del ocho: Hoy en día asistimos al triunfo de esa función periférica sobre el centro de la ciudad; digo mas, la periferia se extiende, se densifica y crece hasta rodear, cerrar, amenazar, doblar, amagar… y hasta llegar a destruir al núcleo central de la urbe.
Tal vez convendría subrayar que este Barsa perduto y sonaca, humillado y cruyxificado por el Madrid, ha llegado con dignidad hasta las semifinales de la Champions en Europa, competición en la que al Madrid le han roto lo morros con sendas derrotas en los octavos. Es mas, se ha quedado a un gol de la final, con los ingleses del buque insignia de Manchester pidiendo la hora.
Y ello pese a la depresión que sigue a la presión que por distintas razones ha padecido el equipo baugrana.
Y ello pese a verse desbordado en fases del juego que antes bordaba.
Una cosa está clara: el paseíllo mola mazo si implica el que seas reconocido como campeón por tu adversario del alma.
Pero ese paseíllo al Madrid –superior en puntos-, nada puede ni podrá contra el fútbol rápido, preciso, creativo, de exquisita técnica, de conexiones inesperadas y acciones sorprendentes del Barsa de Frank Rijard (¡me quedo con dos espaldinhas de Ronaldiño¡) tiempos).
Pero de nada sirven estas virtudes si el equipo anda jugando con un solo hemisferio cerebral, siempre llegando demasiado pronto o demasiado tarde a los desdoblamientos y a las resoluciones.
Siempre demasiado cerca o demasiado lejos cara al gol.
Frank fue un fue un formidable jugador, así creando como destruyendo, así cooperando como resolviendo.
(Primera Estación)
Solus Amónitus.
Sr.Porcus Solus Anómitus.

Anónimo dijo...

Fíjate en el Chelsea, por ejemplo. El equipo del barrio señorial de Londres juega solo a periferias, con la que para mí es la mejor defensa de Europa, estupendos destructores del juego central de tu contrario, y un depredador que no duda para llevarla al fondo de la red: Drogba. A mi juicio esta es una de las cualidades que distinguen a los depredadores autenticos: pueden hacer gol o no hacerlo, pero nunca dudan, nunca les tiembla el pulso ni manifiestan incertidumbre por mas que el cancerbero al que han de burlar haya sido elevado a los altares de la santidad deportiva como es el caso del portero del Real Madrid, al que alguna prensa tituló como San Casillas (que es muy bueno,aunque no tanto en la selección nacional, pero recuerdo unas declaraciones de Keita y otros cañoneros del Sevilla en las que venían a reconocer que se les hacía especialmente difícil enfrentarse a Casillas.
Y aquí un consejo gratis para estos magníficos jugadores del club de heliópolis –mi padre era del Sevilla, cuyos alevines entrenaban en el campo de fútbol de la ciudad del Tajo, dividida entre la Costa (Málaga) y el interior (Sevilla)-, el consejo dice: ¡no le reconozcais en público jamás a vuestros rivales mas juego del que tienen: aunque sea verdad¡
¡Y aquí hemos topado con una de las claves que a mi juicio explican el éxito masivo del fútbol: cualquiera se siente catedrático, y yo mismo me valgo como ejemplo, en esto de tomar como punto de apoyo una pelota, desplazarla entre una maraña de botas hasta logar el instante supremo del planeta fútbol: aquel de alojarla en el fondo de las mallas, de la red que abrocha el espacio matricial defendido por el cancerbero y diez números mas.
Lo que hacía el mejor Barsa de Rijard, el que pasará a la historia del futbol moderno, no me cabe duda, por su extraordinario poder creativo, nunca visto hasta entonces, que nacía de una técnica muy alta, pero también de otras claves.
Una de estas claves era tirar a toda carrera de mágicos trampantojos, amagos, desdoblamientos, permutas... se trataba, en fin, a mi modesto entender, de moverle las líneas al rival, de moverle las zonas, de moverle el horizonte... y ahí empiezas a perder la partida, amigo mío, cuando buscas el horizonte y te lo has dejado mover por esos chicos del Rijard...
Sr. Atómito

El jardinero dijo...

Gracias por sus comentarios Sr. Amónitus Atómito.